Todo viaje llega a su fin. Todo recorrido llega a su final. Es parte de la vida, comenzar y acabar lo comenzado. Y un día como hoy, acaban mis vacaciones, así que de vuelta a la rutina.
Muchos pensarán: ¡Que mal! O incluso imaginarán y empatizarán con el peso de mis palabras: Acabaron mis vacaciones. Pensando, ¡Que putada! ¡Ahora a regresar! Volver a la rutina ¡La bendita rutina!
Esto me pone a pensar… ¿Cómo me siento? ¿Será que no quiero regresar? Pues, la verdad es que no me siento triste por volver, tampoco estoy súper excited… Creo que solo estoy transitando el cambio, observando y aceptando mi retorno a casa y todo lo que viene con él.
Pienso en mi rutina y realmente no la veo negativa, en cierta forma me apetece volver a ella, siento que he creado una rutina agradable a la que me motiva volver. Creo que esto es la clave. Y es que, ¿Cuántos viven su rutina como un infierno? Una verdadera pesadilla… ¿Y cuántos creen que es algo que no han elegido, sino que es algo qué les tocó vivir? Algo impuesto, porque sí, que no tienen la capacidad de cambiar… ¿Será verdad esto? Vamos a analizar, por una parte, si es verdad, es verdad que hay cosas que nos han tocado vivir, etc etc. Y es verdad lo que te creas al respecto, esa es TU verdad. Pero por otro lado, esto no es 100×100 cierto; si que todos tenemos responsabilidades que cumplir y es muy probable que nos agobien de cuando en vez, pero también es cierto que tenemos más capacidad de cambio de lo que creemos.
Lo verdaderamente triste es no saber que lo tenemos, o no creer que es posible hacer los cambios que necesitamos para disfrutar de nuestra vida y de nuestra rutina.
En lo personal, yo disfruto muchísimo de mis vacaciones, y por eso me he encargado de hacer de mi vida unas “vacaciones permanentes”. Muchos dirán: ¡Ha! ¡Qué utópico! Y sí, aunque suene a utopía realmente así es y no es “tan difícil” o tan surrealista como parezca.
Vivir en vacaciones permanentes no quiere decir que no hayan responsabilidades e incluso algunas que no agraden tanto. Si que las hay, no todo es color de rosa, pero también hay un cambio de mentalidad que lo acompaña, es vivir con esa mente que se va de vacaciones, traerla al día a día y hacerla parte de la rutina.
¿Una mente en vacaciones? ¿Cómo se come eso? ¿Cómo se trabaja con eso?
Una mente en vacaciones, disfruta el viaje, de los trayectos, del camino.
Se sorprende en cada esquina, cada paso que da, a cada momento.
Descubre lugares nuevos, olores, espacios inexplorados.
Observa con mirada fresca cada cosa que acontece, incluso si es un lugar conocido, porque sabe que cada día es diferente, cada día lo ve con ojos nuevos.
Se interesa por conocer gente diferente, gente nueva y aprende de ella.
Se asombra de la belleza y la encuentra en cada detalle.
Ve la grandeza en las pequeñas cosas, no las da por un hecho, las ve con ojos de niño.
Se da los gustos que le apetece, gustos sensoriales, mundanos, humanos.
Va paso a paso, momento a momento, muy atenta porque sabe que cada segundo puede pasar algo inesperado y eso le da chispa, le da vida.
Una mente en vacaciones disfruta del día a día como si cada día fuera un nuevo viaje ¿Y quién dice que no lo es?
Cada día es un NUEVO día, cada día es un NUEVO viaje, una NUEVA aventura.
Depende de ti, de cómo lo vivas.
Depende de ti, hacer de tu día a día algo que disfrutes, o no.
Feliz retorno, feliz viaje, que aún no acaba…
Foto: Passeig de Gràcia, Barcelona.